Europa en España.
Pues ya tenemos a Teresa Ribera como comisaria de la Unión (?) Europea, este nombramiento plantea dos dudas: si perdemos en España lo que gana Europa; o si en España la seguiremos sufriendo, esta vez desde Europa. La solución a ambas cuestiones está en el papel que Europa ocupa en España. Y es que a la Unión Europea (UE), la conocemos por las noticias, como una referencia lejana que influye y que sirve para poner en duda la capacidad de nuestro Gobierno y, a la vez, la efectividad de la Unión.
Se nos presenta a la UE como una potencia mundial formada por un conjunto de potencias medias, un gigante industrial, comercial y económico.. Aunque habría que plantearse esa capacidad industrial toda vez que la UE ha sido incapaz de desarrollar una vacuna contra el COVID-19, en cuanto a lo comercial y económico deberíamos prestar más atención en que es un gigante del consumo, más que de la producción.
España es una de las naciones que sigue con más convencimiento las políticas europeas, hasta podríamos afirmar que nuestra política exterior viene dictada por la UE. España apoya incondicionalmente la transición verde y aplica las normativas europeas, aunque ello muchas veces suponga pegarse un tiro en el pie de nuestra productividad y la economía de agricultores y empresas. Apoya un plan de movilidad que nos masifica y paraliza a la vez que recibe unas ayudas (que muchas veces son para no producir) que están condicionadas a la creación de nuevas tasas o impuestos. Europa une su burocracia a la española aumentando la lentitud de cada proceso.
La política española ha conseguido una configuración en la que la UE adopta dos papeles: el de pagafantas y el de cabeza de turco. En el papel de pagafantas la UE es la que nos dota de unos fondos generosos, muy pocas veces se explica de dónde saca el dinero, nuestros políticos se limitan a decir que paga Europa. Pero esos pagos se originan con un dinero que ponemos los ciudadanos europeos a través de nuestros impuestos. Hay que añadir, como ya se ha indicado, que esos fondos están condicionados y sujetos a una burocracia. Así que rompamos esa idea, los pagafantas somos los europeos.
Es fácil comprobar cuando la UE es la cabeza de turco, siempre viene constatada por la coletilla “es un mandato de la UE”. Es cierto que la UE desarrolla una normativa paquidérmica, en muchas ocasiones ridícula y en otras se legisla sobre algo que está en proyecto dando como resultado más trabas que facilidades a la investigación. Podemos encontrar un ejemplo en esa transición ecológica que ha fulminado el diesel en la industria automovilística antes de que se hubiese desarrollado una tecnología alternativa y su infraestructura. O la disposición que hace que los tapones sigan pegados a su contenedor. O la de que se cobre por usar bolsas de plástico. Coexisten normas contradictorias como las que penalizan el uso del plástico y las que obligan a empaquetar un producto en plástico. Piensen en el ridículo que supone pagar por una bolsa de plástico para llevar un producto que para ser consumido obliga a abrir tres envases envueltos en plástico. Las zonas de bajas emisiones en las ciudades, una limitación a la movilidad guste o no guste, es otro ejemplo. Todo se explica como una imposición europea que lleva a plantarse qué soberanía tenemos. Pero no nos engañemos, los políticos que hacen y están conformes con esas normas son también los que gobiernan en España y en las naciones de la UE, siguen las órdenes que sus partidos imponen desde España y las naciones miembro. Son los partidos políticos los que gobiernan Europa y es Europa la que impone las normas impopulares a los ciudadanos. Es, hoy por hoy, partitocracia internacional.
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