El cuento de la bicicleta.
Uno de los primeros descubrimientos de mi destacamento en Afganistán fue que no había viajado cinco mil kilómetros sino que había retrocedido quinientos años en el tiempo. El paisaje que rodea al aeropuerto de Herat era como una playa pedregosa sin mar, no había vegetación y las plantas que conseguían arraigar languidecían cubiertas de polvo, no era tierra fértil. Sólo había una carretera en Afganistán y las distancias entre las localidades eran referenciadas por el tiempo que llevaba el traslado. Ir desde Herat a Qual-i-Now, el otro pilar del destacamento español suponía ocho horas de viaje, los cien kilómetros de separación eran más anécdota que distancia. Explican estas circunstancias que cuando un traslado era urgente se hiciese por vía aérea, el helicóptero era el medio ideal, aunque los despegues y aterrizajes en el campo eran complejos y peligrosos por la gran nube de humo que se originaba e impedía la visibilidad. Tan duros como el paisaje eran sus habitantes, que se plegaban a nuestra presencia como ya lo habían hecho con los talibanes antes que con nosotros y con los rusos anteriormente. Como decían nosotros, como los talibanes y los rusos éramos un accidente más, una circunstancia en su devenir.
Una de las derivadas de la misión Reconstruir Afganistán (R/A en la jerga militar) era auxiliar a la población en lo posible. Esta ayuda se reflejaba en materia sanitaria, era normal la asistencia a algunas civiles afganos en las dependencias del ROLE-2, el hospital de campaña de la Base de Apoyo Avanzada de Herat en el que los componentes del cuerpo de sanidad de la defensa realizaban una labor encomiable. Gracias a ello el ROLE-2 gozaba de gran prestigio entre los aliados y la población.
Sucedió que recibimos la petición a apoyo de una patrulla española, se necesitaba ayuda médica en un pueblo desconocido en las proximidades de Zardalugak-Buya, un padre había caminado allí con su hija y se había interpuesto al paso de los vehículos de la patrulla pidiendo un auxilio para su hija enferma. No sé la enfermedad que tenía la niña, tampoco la entendí, pero era necesario trasladarla al ROLE-2, se organizó el vuelo de un helicóptero que trajo a la base al padre y a la niña, que fue hospitalizada. No es normal la presencia de una niña en un acuartelamiento militar, por lo que su hospitalización resultó una novedad, se sumó también que muchas de las militares allí destacadas trasladasen hacia la niña un afecto especial, quizás despertase en ellas un sentimiento maternal, o recuerdos, o posibilidades. Ninguna explicó, y yo no llegué a entender, las razones de lo repentino del afecto.
A la semana la niña ya estaba bien y el padre de la niña insistía en que ya teníamos que llevarlos a su casa. Las costumbres de hace quinientos años dictaban que al hacernos cargo de su cuidado, también teníamos que devolverlos a su hogar. Por otra parte, dar el alta y dejarlos fuera de la base a sus propios medios les supondría un viaje en que el retorno a su hogar llevaría semanas y resultaría muy caro. Hubo que explicar al padre que los llevaríamos a su hogar, pero que tendría que esperar la ocasión y la disponibilidad del helicóptero. Fue fácil de convencer esperaría en la base, sin ningún coste y cómodamente, el mismo o menos tiempo del que le habría llevado el viaje. Y por fin llegó el día de salida, la despedida de la niña fue celebrada con el regalo de una bicicleta que le hicieron las enfermeras.
La cara de felicidad de la niña se tornó en resignación cuando su padre le dijo unas palabras al oído. Pidió algo a su padre, a lo que el asintió, y fue pedaleando torpemente hacia el helicóptero. El padre se despidió sin palabras, sin sonrisa y sin alegría, no había agradecimiento en él, nos habíamos hecho cargo de él y de su hija e hicimos lo que teníamos que hacer. Ninguno de los que estábamos allí supimos más del padre y se su hija, pero si imaginábamos el resto de la historia y que pasaría con la bicicleta.
La niña, el padre y la bicicleta fueron trasladados a un pueblo de nombre impronunciable donde se bajaron, sólo la niña dijo adiós con la mano, el sentido común le decía al padre que era mejor fingir enfado y disgusto con los invasores que mostrarse agradecido, por las reacción que pudiesen tener algunos del pueblo. Como decían los afganos “adaptarse a las circunstancias muchas veces es ignorarlas”. En cuanto el helicóptero despegó el padre agarró la bicicleta y la niña caminó tras él.
En su casa fue recibido con alegría pero sin regocijo, su mujer y sus hijos habían sido mantenidos por el resto de su familia y la deuda sería pagada más adelante. El padre dió la bicicleta al mayor de sus hijos, resultaba un poco ridículo ver a un chico, ya adolescente, en una bicicleta rosa, espatarrado para no tocar con los pies ni pedales ni suelo, y cuesta abajo para apearse de ella cuando paraba, subir la cuesta y repetir el descenso durante lo que quedaba de día. La niña, ya restablecida, ayudaba a su madre en la casa y hacia los recados. Sus hermanos estaban sentados viendo al hermano menor jugar con la bicicleta y reír escandalosamente cuando una vez se cayó.
Dos días más tarde el abuelo de la niña se reunió con su padre para decirle que tenía que pagar la deuda que tenía con su hermano. El cuidado de la familia se había limitado a dar algunas viandas a la madre de la niña, pero el afgano tiene la antigua tendencia de aprovechar cualquier circunstancia. La mejor forma de saldar la deuda era que el mayor de sus sobrinos recibiese la bicicleta, y así se hizo. El hijo mayor del hermano mayor del padre recibió la bicicleta y repitió el mismo espectáculo que dio su primo, subir la cuesta, bajarla espatarrado y caerse ante las burlas de sus hermanos y primos mientras la niña estaba ausente. Sientiéndose retado por sus hermanos y primos pequeños decidió el casi joven, subir con la bicicleta a una cuesta más alta y escarpada para ganarse su respeto. Y así se lanzó, cogiendo más y más velocidad... y un bache a mitad de la cuesta que le hizo caer, de nuevo, al suelo. La bicicleta se rompió, como se fracturó una de las piernas del niño.
La madre del adolescente acudió a los gritos de su hijo, llamó a su marido y este, preocupado, se cargó a su hijo a sus espaldas para ir a un camino con la esperanza de encontrar una patrulla de invasores que le llevase al ROLE2 en la Base de Apoyo Avanzada de Herat.
1 comentario:
Los choques culturales traen estas cosas. Un beso
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