Vuelta a la normalidad.
Pasado el año nuevo empezamos a asumir que la Navidad se acaba, queda el día de reyes. Aunque las luces y adornos permanecen, la Navidad empieza a languidecer y la normalidad, la rutina, vuelve a nuestras vidas. Nos damos cuenta de que los propósitos para el año tendrán mucho de imposible bajo el peso de lo cotidiano. Las noticias abandonan también el tono navideño, los diarios aumentan su grosor. Aparece la división de opiniones, con sus críticas y justificaciones. Los analistas dejan de enfocar los fastos y contemplan sucesos más mundanos. Sólo los parlamentarios volverán a la normalidad en febrero, no contemplan ninguna actividad en enero. La normalidad de un parlamentario siempre parece una extravagancia y también una extra vagancia.
Quedan todavía jornadas de fiesta, pero ya se toman como una recuperación de la sobredosis de alegría, hermandad y felicidad, muchas veces forzada, las cosas irán volviendo a su curso. La vida sigue. Los fiesteros habituales, y los encargados de fastos de cada localidad, todavía preparan las cabalgatas. Los reyes magos son el último reducto de la Navidad, pero ahí los protagonistas son, y deben ser, los niños. Y son ellos los que alimentan la ilusión de unas navidades que ya decaen, son los que mantienen la alegría.
Y no piensen que los adultos retornan al trabajo con las pilas cargadas, para muchos el trabajo supone un descanso del ajetreo vacacional. Incluso hay quien piensa que recuperar la normalidad es una liberación de los compromisos familiares, ya no hay que coincidir con el cuñado, ni morderse la lengua cuando él habla. Pocos se plantean que el cuñado puede sentir lo mismo... pero ¿a quién le importa? Desgraciadamente también nos vamos recuperando de la sobredosis de comprensión a la vez que nos vamos quitando ese kilito que hemos cogido de más.
Todo tiene su fin, y ésta vuelta a la normalidad no deja de recordarnos que la Navidad también se acabará..
1 comentario:
La sobredosis de comprensión se me atraganta siempre. Un beso
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