Crisis de principios.
He dicho y repetido desde la crisis económica de 2008 que, paralela a ella, sufríamos una crisis moral y ética agravada por una falta de principios. De una crisis siempre nacen cambios y ahora no se habla de principios sino de valores. Aunque parezca irrelevante hay una diferencia básica: los principios tienen permanencia mientras que los valores están sujetos a cambios. Es una forma de admitir ciertos modificaciones derivadas de la mencionada crisis. Si los principios son una guía para proceder, los valores son una excusa para actuar. El Presidente del Gobierno anunciando las medidas tomadas con motivo del incremento de aranceles se apuntó al lema de “nuestros valores no están en venta”. Aunque no hay un conocimiento, por lo menos yo no lo tengo, de cuáles son nuestros valores. Les confesaré mi ignorancia: sé lo que son principios y no tengo una idea clara de lo que son valores.
Es posible que alguien me diga que una persona tiene o no principios pero que la sociedad tiene valores. Una persona procede por principios, pero una sociedad no se conduce según unos valores. La sociedad se rige por leyes, y si las leyes actuales pretenden reflejar unos valores tendríamos que admitir que estos andan un poco a la deriva. Si juzgamos el proceder de las personas podremos sentenciar la falta de principios que nos aqueja y el despiste que hay en lo referente a los valores. Creo que es algo etéreo, pero un principio es, por ejemplo, obrar siempre bien o ser justo. Un valor es una cualidad, por ejemplo, ser un buen amigo. Si por ser un buen amigo no soy justo he dado prioridad al valor sobre los principios.
Guste o no guste, seamos creyentes o no, la ética que ha definido nuestra sociedad ha sido cristiana, concretamente católica. Y no hay que ser un teólogo para recordar lo que nos enseñaron desde párvulos, que sintetizan los diez mandamientos y deberían ser los dos principales principios de los cristianos: “amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a tí mismo”. Un mensaje claro y sencillo, pero difícil de cumplir.
En nuestro proceder cristiano el amor a Dios se ha visto complementado por el temor a Dios. Si no se procedía correctamente por el amor de Dios, se hacía por el temor de Dios, la idea de un juicio final que mandaba al infierno al pecador también era disuasorio. Arte y cultura se encargaban de recordarlo. En la puerta por la que se accede al interior de la Catedral de León esta adornada por la Portada del Juicio Final en el que se intenta representar las delicias del cielo y los sufrimientos del infierno. Una representación sencilla para que una gente que no sabía leer ni escribir entendiese lo que podía pasar si no se seguían los mandamientos.
El amor a Dios y al prójimo encerraba también otro principio: hacer el bien u obrar siempre bien siendo Dios juez y testigo de las acciones de un cristiano. El obrar siempre bien implica un corolario muy importante sobre el que también se asienta nuestra moral: el fin no justifica los medios. Por loable que sea el objetivo no se consiente un proceder censurable para conseguirlo, dicho de otra forma, un fin sólo es bueno si se procede rectamente para alcanzarlo. De nuevo sencillo y simple, pero difícil.
La sociedad está apartando a Dios, se predica un laicismo que es el equivalente a un anticristianismo, respetuoso con judíos y musulmanes pero despectivo con los cristianos. Lógicamente, apartado de nuestra cotidianeidad, el amor y temor de Dios han perdido influencia, ya no es juez ni testigo del amor al prójimo que queda sujeto al albedrío de cada uno. Todo ello hace que el principio de obrar siempre bien se tambalee desde el momento en que nuestra sociedad parece defender que el fin justifica los medios. El estado, consciente de que no puede suplir la atribución de juez y testigo, intenta imbuir en la sociedad una nueva moral que parece una nueva religión. A Dios se le intenta sustituir por el medio ambiente, por el dinero, por una igualdad que justifica privilegios. Y a los Diez Mandamientos por diecisiete objetivos de desarrollo sostenible, la Agenda 2030.
La Agenda 2030, al estar compuesta por objetivos, resulta ser en sí un fin. No resulta mala en sí, pero si lo pueden ser los medios con que se justifica este fin y las acciones que se hacen en su nombre. Reflejan estos medios que se utilizan una ruptura entre la relatividad de los valores frente a lo concreto de los principios. No es lo mismo ser un hombre de principios que una persona con valores. Los primeros son establecidos por uno mismo a si mismo, lo segundo son otorgados por los demás a uno. Los primeros se demuestran y los segundos se atribuyen.
En mi modesta opinión está meridianamente claro. Entre un vaiven de valores, muchas veces contradictorios, la duda es si tenemos principios o no.
1 comentario:
Una análisis muy interesante. Es el momento que nos ha tocado vivir. Un beso
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