Nos convoca nuestro amigo José Antonio desde su blog Acervo de letras en su Vadereto de diciembre, en esta ocasión se trata de que un personaje cuente un cuento a partir de un relato introductorio, que no condiciona el cuento que debe contar. Sólo tiene que ser un cuento. Cualquiera sabe, después de todo la novela de “Frankenstein o elmoderno prometeo “ fue producto de un reto. Yo he desempolvado el borrador de un cuento que escribí ya hace muchos y que dormía tapado por el polvo al que he titulado
Un viaje extraño.
En la gran mansión suena la campana que avisa de la llegada de un nuevo huésped.
El anciano, pero todavía servicial mayordomo, acude a abrir la vetusta y pesada puerta que da acceso a nuestro caserón.
Al abrirla, se encuentra con un extraño personaje.
—Buenas noches, amable caballero —responde con un estremecimiento y ligero castañetear de dientes—. Me he perdido y estoy helado de frío. ¿Podría cobijarme durante la noche en vuestra amable y cálida residencia?
—¡Por supuesto! —Dice el anciano, mostrando una gesto de satisfacción—. Pasad y consideraos, desde este mismo momento, nuestro huésped. Os están esperando en el Salón.
—¿Cómo? ¿A mí?
—¡Efectivamente! —Responde el mayordomo y, sin más preámbulos, lo acompaña hasta la inmensa sala.
Nada más entrar, se nota la calidez de una enorme chimenea. Delante de ella hay un grupo de personajes, sentados en el suelo, que lo saludan y le dan la bienvenida. Unas extensas mesas muestran una gran variedad de viandas y suculentos néctares, fríos y calientes.
—Como puede usted ver —añade el mayordomo—, puede usted quitarse el frío, el hambre y la sed. Si necesita algo más, solo tiene que pedirlo. Pero…
—¡Vaya! Ya llegamos al pero de siempre… Seguro que tengo que pagar algo. ¿Verdad?
—¡Efectivamente! —responde el anciano.
—¿Y me va a salir muy caro? No llevo gran cosa en los bolsillos.
—Será sencillo y barato. Acomódese junto a sus compañeros y cuéntenos un Cuento.
— No tengo muchas lecturas — comenta el recién llegado — Pero si he cargado con muchos viajes. La verdad es que me encuentro como Simbad muy viajado, pero con muy poco dinero. Los viajes no me han hecho rico. Pero un lugar en la lumbre y algo que llevarse a la boca seguró que me animará a contar la primera de mis experiencias....
Nos habían asignado un Zaragoza - Morón, era uno de los muchos vuelos que el Ala 37, de transporte, realizaba en apoyo del Ala 21, de ataque. El itinerario para cualquiera de los destinados en Valladolid era evidente: salida de Valladolid a Zaragoza, cargamos lo que nos digan que tenemos que llevar a Morón y salimos para esta base, posteriormente regresamos a Valladolid. En total unas ocho horas, considerando cargas, descargas y repostajes. Todo fue bien de Valladolid a Zaragoza, un vuelo rutinario en instrumental a una altura cómoda en un cielo que estaba salpicado de algunas nubes. La predicción meteorológica era favorable. No llegaría a decir que en Zaragoza se torcieron las cosas, siempre se tuercen en algún momento, pero resultó extraño que sólo hubiese que transportar carga, y no mucha, sin personal. Generalmente había personas que aprovechaban ese vuelo para regresar a su casa, otros miembros de la base solicitaban hacer un viaje que les salía más rápido o aprovechaban un vuelo oficial para sus reuniones, y siempre había alguien que vigilaba el cargamento pese a que cada tripulación tiene un supervisor de carga. En esa ocasión nadie se apuntó al viaje y no nos preocupó mucho el porqué. Casi se contemplaba como un ahorro de preocupaciones, no habría pasajeros mareados ni quejándose de la incomodidad del viaje en un avión que era más bien espartano de comodidades.
La segunda diferencia del día la aportamos los pilotos, propusimos una ruta diferente a la habitual con la intención de bordear la TMA de Madrid un día en el que el tráfico aéreo estaba especialmente movido, pensamos que ahorraríamos tiempo siguiendo la ruta Zaragoza, Villatobas, Bailén y Morón. No nos pareció una mala opción. Con el avión cargado y con el combustible necesario iniciamos la segunda etapa de nuestra misión. Un vuelo muy tranquilo y sin nada reseñalable, con las conversaciones propias de cabina, lo mal que está la organización, lo bien que lo hacemos nosotros y algún chiste malo. Según reportamos Bailén cambiamos la frecuencia radio a control Sevilla y en ese momento nos metimos en una nube que surgió de la nada.
No le dimos mucha importancia al principio, el cielo estaba casi despejado y pensamos que nos habíamos metido en uno de esos jirones esporádicos que lo manchaban de blanco. Pero no era poca cosa, el interior era de un blanco intenso y brillante, podríamos calificarla de una nube muy espesa, desde la cabina no podíamos distinguir los motores y, menos aún, los extremos de las alas. Manolo, el otro piloto, iba a los mandos y me comentó que notaba que se agarrotaban La velocidad empezaba a caer, los normales 130 nudos habían caído a 110. Pensamos que estábamos cargando hielo, así que Manolo empezó a mover los mandos, subir y bajar, alabear de un lado a otro y apretar pedales izquierdo y derecho para evitar que la posible formación de hielo bloquease las superficies. A cien nudos decidimos activar el antihielo de las hélices, un pequeño chorro de alcohol isopropílico recorrería cada una de las palas de la hélice a la vez que se aumentaban las revoluciones para facilitar la suelta del hielo. Lo normal era oír el golpeteo de los trozos del hielo que sueltan las hélices en el fuselaje, no se oyó nada. Asumimos que el hielo se había endurecido tanto que se había quedado adherido. La velocidad era ya de noventa nudos, activamos el sistema antihielo de los bordes de ala, la visión era nula y no pudimos comprobar su efectividad. La velocidad seguía bajando fue ahí cuando Manolo me dijo:
— Si esto sigue así nos caemos.
Intenté llamar sin éxito a Sevilla para que nos autorizase proceder a menor altura, pero no había contacto y no podíamos reducir la altura que llevábamos que ya era la mínima que podíamos llevar. Manolo volvió a hablar:
— No lo entiendo, vamos a setenta nudos el avión aguanta de milagro y la temperatura es de dos bajo cero. No hace frío para tanto hielo.
— La verdad Manolo, yo tampoco lo entiendo, no estamos tan lejos de Sevilla como para que no nos reciba y me extraña que no haya habido un avión que nos hiciese de relé. Es como si estuviéramos solos en el mundo. En fin, ha sido un placer.
— Lo mismo digo, ha sido un placer.
El mecánico, Antonio alías “el Pitufo” estaba pálido, pero seguía atento las indicaciones del motor, no detectaba ninguna anomalía, según los indicadores todo iba bien. Francisco, el supervisor de carga, iba ausente y dormido en la cabina de carga. Le despertamos tras decidir informarle que la situación era crítica. No sabíamos si era mejor dejarle dormir o no. Hay ciertas situaciones que la duda es si uno de los posibles afectados debe conocer su gravedad o no. Cuando se enteró no dijo nada, no pidió explicaciones, se sentó en su puesto y empezó a escribir un informe.
Aguantamos cinco minutos más, la velocidad se mantuvo en setenta nudos, tan repentinamente como entramos en la nube, salimos de ella. La luz parecía más amable y nítida, no había restos de hielo, el avión empezaba a acelerar. Las conversaciones entre control y los vuelos era nítida, no se veía ni se detectaba nada extraño ni en el avión, ni en los instrumentos, cada flecha señalaba lo que tenía que señalar..
Llegamos a Morón y mientras mecánico y supervisor, Antonio y Francisco, procedían a descargar el avión y repostarlo, Manolo iba a agenciarse unos bocadillos y bebida para el regreso y yo me dirigía a preparación de vuelos para presentar el plan del vuelo de regreso a Valladolid. Era sencillo Morón - Hinojosa - Toledo - Valladolid a nivel de vuelo 110 y salida a las 1900, pan comido, llegada a Valladolid a las 2030. Sin problemas, al menos eso pensaba.
— ¡Mi teniente! - me llamó el soldado que tenía que tramitar el plan - va a tener que darse prisa, son casi las siete.
— ¿Qué dice? No llegamos a las seis.
— Mire bien el reloj mi teniente, son casi las siete.
Y era verdad, el reloj de preparación de vuelos marcaba las 1850, una hora más que el mío. Corregí la hora de salida y regresé al avión.
Lo primero que hice fue comentar que tendríamos que salir a las 1930 a lo que los demás me pidieron explicaciones, sus relojes como el mío y el del avión marcaban una hora menos, comprobando la hoja que se había firmado con la entrega de combustible figuraba que el avión se había repostado a las 1850, lo había cumplimentado el encargado de combustibles. Pedimos confirmación de hora por radio y quedo claro: nuestros relojes andaban retrasados exactamente sesenta minutos.
— Ya te dije que había algo que no era normal- señaló Manolo.
El viaje de regreso a Valladolid fue tranquilo, influyendo en esa tranquilidad la caída de la noche en que controladores y pilotos parecen relajarse y que los horarios son más flexibles. Pero a bordo no lo disfrutábamos. A todos nos rondaba la misma idea ¿qué podemos hacer con una hora de más?
Los huéspedes que han oído la historia permanecen un momento en silencio, como digiriendo la historia. Una mujer lo rompe con un comentario:
— A mí se me ocurren un montón de cosas que hacer si tuviese una hora de más.
— No me he explicado bien señora — replica el narrador — Para disfrutarla antes hay que encontrarla ¿perdimos esa hora o nos la robaron?
Los comensales guardan un silencio más profundo que se rompe con el sonido de la campana y la llegada de otro extraño personaje en busca de cobijo y hospitalidad que tiene que contar un cuento.
1 comentario:
Es una historia apasionante. Un beso
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