Mirando al pasado o las costumbres perdidas.
Me he encontrado con unos papeles de mi abuelo cuando era joven. Se los quedó mi padre a la muerte de su abuela y yo me los quedé cuando él falleció. No son muchos, pero hay ciertos documentos que son comunes, como puede ser la hoja de servicios de cada uno, y gracias a ellas sé como se llamaban mis bisabuelos. Y uno puede ver cómo ha transcurrido el tiempo y cómo cambian las costumbres. La descripción de los servicios de mi abuelo, su hoja de servicios, es más entretenida que la de mi padre, no por lo que hicieron sino por la descripción de sus vicisitudes, más florida la de mi abuelo.
Entre los libros de mi abuelo hay dos libros de promociones de infantería de la academia de Toledo, uno era de mi tío que murió en África al poco de ser mandado allí. Era un teniente enamorado y necesitaba un ascenso rápido para poder casarse, y en la guerra del Rif había más oportunidades, era costumbre y orden no casarse de teniente. También era condición para ser cadete estar soltero o ser viudo sin hijos. En los libros figuran los nombres y fotografías de cada uno de los componentes de la promoción y su lugar y fecha de nacimiento. Resulta interesante comprobar en qué sitios podía nacer cada uno, era más normal nacer en casa que en un hospital. El libro de mi tío está impoluto, no así el de mi abuelo que tiene varias anotaciones al lado de cada nombre. Dicen mucho con pocas palabras y permite hacer comparaciones cuando uno las lee. Así figura a continuación de cada nombre un “fallecido en...”, “muerto heroicamente en....”, “ascendido por méritos”... Pero hay una anotación que llama la atención: un nombre tachado y, a continuación, una D. En realidad cada breve anotación provoca la imaginación del que lo lee, excepto una que es un demoledor “tripitió curso”.
Pero no son estos documentos la joya de la familia. Este puesto lo ocupa el libro de mi bisabuela, que es una miscelanea a la que no se le debe llamar diario. Lo guarda mi prima y en él su dueña escribía todo lo que consideraba interesante, desde sus presupuestos hasta las recetas de cocina, pero también los remedios que los médicos recetaban cada vez que tenía que ir un familiar al médico, anotaba los síntomas de la enfermedad y, a continuación, el remedio. Era una forma de ahorrarse la visita y la minuta del doctor. Se anotaban también algunos viajes. La consulta del libro facilitaba las decisiones.
Y si uno reflexiona cambian los usos, pero las costumbres evolucionan, venimos a escribir nuestro libro y nuestra hoja de servicios en las redes sociales, y las consultas y recetas las miramos en internet. Ir al médico es, afortunadamente, más fácil y los remedios no hay que hacerlos. Cambian los tiempos, como le dije a mi sobrina: “A tu bisabuelo le mandaron a África a matar moros, a mí me mandaron a Afganistán para que los moros vivieran mejor y tú te vas a casar con un marroquí”, todo en menos de cien años.
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