En primera persona.
Llevaba tiempo dándole vueltas a este tema pero no ha sido hasta hoy, al leer el titular de un artículo de opinión que publica El Mundo, lo escribe Jorge Bustos y se titula “¿Enviaría a su hijo a luchar por Ceuta?”, desgraciadamente es para suscriptores y no sólo he podido leer el subtítulo que dice: ¿Aceptaría usted un recorte en su pensión para pagar el rearme de nuestra frontera sur? Poniéndonos distópicos del todo: ¿enviaría usted a su hijo a defender las ciudades autónomas?
Reconozco que me he quedado con ganas de leerlo, pero las preguntas que hace el autor son una invitación para evaluar el alcance de nuestros (mis) compromisos y la coherencia de nuestro (mi) comportamiento con nuestras (mis) ideas. ¿Que es extremo? Posiblemente, pero también indicativo de hasta dónde estamos dispuestos a llegar en defensa de lo que creemos. Y es que, de vez en cuando, en lugar de respaldar o exigir a las instituciones unos principios o el desarrollo de determinadas políticas deberíamos preguntarnos a nosotros mismos qué haríamos en primera persona.
Manuela Carmena colocó en el Ayuntamiento de Madrid, el palacio de las comunicaciones, una gran pancarta que rezaba “Refugiees welcome” (Bienvenidos refugiados) un cartel de invitación. Si en un restaurante exhibiésemos un rótulo parecido, es de esperar que se llenase de clientes refugiados o, por lo menos, que intentara captarlos. La verdad es que ningún refugiado (por inmigrante) fue alojado en el ayuntamiento, nadie de los que apoyaron y aplaudieron la iniciativa de la alcaldesa (empezando por la propia Carmena) exhibieron ese cartel en sus domicilios. No iban a ofrecer su casa a un desconocido. La pancarta acabó siendo el anuncio de una intención sin compromiso. Los refugiados, y los que no lo fuesen, que arribasen a Madrid serían bienvenidos, pero tenían que buscarse la vida como todo el mundo que llega a una ciudad. El compromiso fue poco más allá de la intención, del acogimiento e integración de los emigrantes se tendrían que ocupar las instituciones, eso es todos. La involucración personal no pasa de ser un testimonio. Algo parecido pasa con la polémica de los menas, muy pocos de los partidarios de recibirlos en su ciudad están dispuestos a acogerlos en su casa. Nuestro compromiso tiene un límite.
Otro tanto podemos decir a nivel internacional con respecto a los conflictos bélicos, muchos se trasladan, en teoría, a ayudar y acaban tomando partido por uno de los bandos perdiendo toda perspectiva. Y, por experiencia personal, les puedo asegurar que en todos los bandos en conflicto hay buenos y malos, en ocasiones un miliciano que acaba de salvar vidas de día viola a una joven de su bando por la noche. Los hay que claman por una paz justa en Ucrania y están conformes con prestar una ayuda que ya empieza a parecerse más a dopar al boxeador apaleado sin posibilidad de vencer para que aguante un asalto más, pero no nos planteamos, Dios nos libre de ello, unirnos a la lucha. Creemos en la causa palestina o defendemos a los israelíes, pero nuestro compromiso no llega mucho más lejos que acusar a unos u otros y nunca les exigimos que se planteen convivir, como es imposible uno u otro tiene que abandonar una tierra que ambos consideran suya. Muchas veces nuestro compromiso está condicionado
A veces nuestro patriotismo nos lleva a anunciar el compromiso de dar la vida por la Patria, sin ninguna duda, pero dar parte de la pensión es un sacrificio muy grande. Si tan grande es como para no poder hacerlo el hecho de ofrecer vida por una causa es un brindis al sol. Aunque ese sacrificio lo hacemos, sin que nos lo pidan, pagando impuestos. ¿Enviaría a mi hijo a luchar por Ceuta? Respondería con otra pregunta ¿Enviaría a mi hijo a votar por Sánchez? Si mi hijo es adulto la decisión, tanto la de votar como la de luchar, es suya. Como padre no me quedaría tranquilo tanto si votase por Sánchez somo si tuviese que luchar por Ceuta o por Vladivostok, pero tendría que respetar su decisión. Me daría vergüenza que votase por uno, estaría orgulloso si luchase por la otra y sería muy feliz cada vez que me reuniese con él. Y es que nuestro compromiso no es el de los otros, no se puede imponer.
Después de todo parece que somos la voz de nuestro amo. ¿Es el partido el que se compromete con nosotros o somos nosotros los que acabamos adoptando los compromisos del partido? La respuesta muchas veces es trasladarlo a la primera persona y preguntarnos si en el ámbito personal haríamos lo que muchas veces pedimos al colectivo que haga.
2 comentarios:
Por ello, antes de juzgar a nadie, deberíamos tratar de ponernos en el momento y la situación. Es fácil hablar, las palabras no cuestan, pero lo del compromiso real ya es otra cosa.
Como siempre un análisis muy acertado. Un beso
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