Parábola de la pelea.
Había un hombre de Canillejas que estaba celebrando una fiesta, cuando de pronto llegó uno de San Blas armado con una navaja y acuchilló al de Canillejas por la espalda. Era el de Canillejas un hombre fuerte que pese al dolor del navajazo reaccionó y golpeó al de San Blas, que no soltó la navaja. La gente empezaba a rodear a ambos hombres y al ver la camisa del de Canillejas manchada por su sangre no podía dejar de culpar al de San Blas.
Soltó el de Canillejas un nuevo sopapo al de San Blas que trastabilló y antes de que hubiese retrocedido dos pasos le cayó un nuevo golpe. A pesar de que sangraba por la nariz y apenas podía moverse agarraba a la navaja mientras otro puñetazo impactaba en su cara. La gente le dijo al de Canillejas
- Ya no es un peligro, déjalo.
- Sigue teniendo la navaja y la intención de usarla de nuevo, que suelte la navaja y dejaré de zurrarle - replicó el de Canillejas.
El de San Blas apenas podía hablar, pero sujetaba su navaja y mantenía la mirada de odio y desesperación. Otra lluvia de golpes cayó sobre su cuerpo, pero siguió asido a la navaja.
- Tira la navaja - le decía la gente arremolinada.
- No puedo - explicó con esfuerzo - si la tiro no podré matar al de Canillejas.
Otra somanta cayó sobre el de San Blas, su rostro tumefacto sangraba copiosamente mientras que su cuerpo estaba malherido, pero seguía amarrado a la navaja intentando que el de Canillejas se diese un respiro y poder acuchillarle otra vez. Ya sólo se veía la sangre del de San Blas, había ocultado la emanada por el navajazo que recibió el de Canillejas que seguía golpeando a un pingajo que no soltaba la maldita navaja. La gente comenzó a increpar al de Canillejas, incapaz de hacer comprender que su vida estaba en peligro mientras el de San Blas siguiese sujetando la navaja.
Aparte de discutir entre ellos sobre quién tenía más o menos razón, nadie de ese público se interpuso en la pelea, nadie detuvo los puños del de Canillejas y nadie intentó quitar la navaja al de San Blas. Uno luchaba por su seguridad y su vida mientras el otro, sin deseos de vivir, aguantaba para asestarle una puñalada mortal.
Y que cada uno reflexione si hay solución. .
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