09 noviembre 2006

¿UNA?¿GRANDE?¿LIBRE?

Hay veces en que me pregunto acerca de nuestra coherencia en general y la de mis dirigentes en particular. Viví quince años con Franco en España, una, grande y libre, y me costó mi infancia y pubertad llegar a creerlo para descubrir más tarde que no éramos tan grandes y que, desde luego, no éramos libres. Aunque podemos hacer muchas disquisiciones sobre grandeza y libertad, lo dejaremos en que al comenzar la Transición sólo nos quedaba el "una".
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Creo que durante la Transición el pueblo español, España, demostró su grandeza y recuperó la libertad. Ahora tras la Transición, lo principal sigue igual, igual de grandes y casi igual de libres, las grandes diferencias: votamos y ya no obedecemos órdenes de la dictadura, sino que seguimos las leyes de la democracia, aunque en unas y otras se venga a decir lo mismo. No obstante lo que se ha conseguido es mucho y bueno. Ahora bien, en cuanto al "una", tras la Transición hay muchas interpretaciones:
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Una España, pero plural, fruto de una variedad que nos enriqueze y nos da una identidad. Una pluralidad que nos da más libertad y nos hace más grandes. Y como era de esperar, ante tal perspectiva nos dijimos "¡Viva la pluralidad!" y nos gustase o no la España de las autonomías, nos embarcamos en ella. Pero ahora parece ser que esa pluralidad, diversidad, más que proveernos de una identidad nos descuartiza. También se presentaba esa diversidad como principio de solidaridad entre unas autonomías y otras, cohesión que se pierde cuando nacen rasgos diferenciadores que excluyen, o puden excluir, a los que no son de un territorio. Aunque todo apunta a que todos tenemos más rasgos en comun que diferenciales, tendemos a buscar características identificativas que rozan el ridículo: Si a todos nos gusta el vino, yo me diferencio de los demás en que a mí me gusta el Valdepeñas, y que este no es vino sino caldo.
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Estas argucias identitarias nos están llevando no a un nacionalismo integrador, que era lo que se pretendía en la España de las Autonomías, sino a un paisanismo ridículo y aislacionista que se identifica en rasgos y costumbres, no expontáneos en su mayoría, que rayan el ridículo y causarían gracia si no amenazasen el ejercicio de los derechos más básicos.
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Parece ser que la pluralidad que enriquece a España, no es buena para las autonomías; que un intento de asumir un rasgo español, celebrar algo como español, o incluso reivindicar lo español es malo. La defensa de lo español es un nacionalismo despectivo que no merece ser comparado con el mucho más noble(?) nacionalismo autonómico (entiéndase por esto a los históricos Catalán, Pais Vasco y Galicia, o a los más nuevos Andaluz, Balear, Canario o Valenciano). Insisto que, en realidad, se están enfrentando un nacionalismo integrador y un paisanismo garrulo y fanático.
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Me gustaría señalar la falta de reciprocidad, no entiendo cómo la diversidad que enriquece a España pueda empobrecer a cada una de sus autonomías. No entiendo porqué en Cataluña puede penarse con una multa a un local que se llame "EL RINCÓN" y en el resto de España no pase nada si el local se llama "EL RACÓ". Es más, entiendo menos que en esa tierra un negocio que se anuncie "López. Mesón Castellano" pueda ser multado, cuando "O´Flanaghan. Irish Pub" puede exhibirse con toda tranquilidad.
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El mundo no es perfecto y, por supuesto, España tampoco. Pero no se cómo es posible asistir al espectáculo en que nuestra nación tiende a ser un rompecabezas que la empequeñece, y a limitarse más su libertad, aunque se ejerza el derecho de voto. La única justificación, no explicación, que encuentro es que nuestros gobernantes realicen, autoricen y gestionen todas estas situaciones con tal de mantener o aumentar su cuota de poder.

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