10 junio 2020

REPARTO DE RESPONSABILIDADES


CRONICAS DEL CORONAVIRUS (II)
Empleamos una mirada exigente. Mientras no alcancemos el éxito- superar la pandemia y superar la parálisis económica – estamos instalados en el fracaso. Y siempre la pérdida de vidas oscurecerá este tiempo. Pero no por eso debemos dedicar nuestros esfuerzos a endosar la responsabilidad a otros, ese viejo expediente de buscar un culpable, siempre ajeno. Ese truco balsámico, pero poco certero. E inútil para alcanzar metas.
Xavier Vidal Folch.



El COVID-19 ha dejado patente la vulnerabilidad de nuestra sociedad, si recurrimos al léxico militar, aunque a algunos no le guste, hemos sufrido el equivalente a un ataque biológico secuencial, empezando por China, extendiéndose por Asia, atravesando el mundo hasta llegar a América pasando por Europa, Rusia y África en un trimestre. A la mayoría este ataque les ha cogido por sorpresa, aunque hayan podido tener algún tiempo para prepararse.

Hemos intentado buscar culpables, tarea inútil. El único culpable de esta pandemia es un virus, el recurso fácil es pagarla con la explicación más simple o la conspiración más rocambolesca, desde una sopa de murciélago, la celebración de una manifestación, soldados americanos esparciendo el virus en China o laboratorios chinos desarrollando este virus. Indudablemente, aunque no haya culpables, hay muchas responsabilidades.

En España tuvimos un aviso, la cancelación del Mobile World Congress, aunque ahora parezca justificada, en su momento trajo controversia tanto social como política. No sabemos, y probablemente nunca podremos saber, cómo influyó esta cancelación en el número de casos habidos en Barcelona y en la evolución de la enfermedad en esta ciudad. Si se celebró la FITUR en Madrid, tampoco sabremos cómo ha influido en los casos habidos en esta ciudad y nunca podremos determinar cuántos habría habido si no se hubiese celebrado. Lo que si puede ser cierto es que la celebración de la feria y la cancelación del congreso han influido, de acuerdo con lo publicado en elpais.com el 23 de abril, el coronavirus entró en España en febrero y por 15 vías distintas. Ya dentro de la pandemia, el 8 de marzo, se celebró una manifestación multitudinaria y feminista con eco en otras ciudades, está claro que muchas de las mujeres que participaron en ellas pudieron llegar a casa borrachas, pero no solas, sino acompañadas por un virus. Ese mismo día se celebró un congreso de VOX en la plaza de toros de Vistalegre en la que se reunieron 9000 personas (un ¿éxito? De convocatoria). También miles de personas asistieron a los estadios para ver jugar a sus equipos. Tampoco sabemos cuántos miles de personas visitaron bares, restaurantes y locales de ocio y copas ese fin de semana. También es verdad que esa misma semana se publicó y anunció en los medios de comunicación que las autoridades sanItarias europeas y la OMS consideraban que no era adecuado celebrar esas manifestaciones. También sabemos de las dudas que se planteaban para disputar los partidos de fútbol a puerta cerrada. ¿Hay responsables?

Por supuesto que hay responsables, pero no solo uno, deberíamos considerar que ha habido una cadena de responsabilidades en la que bastaba un eslabón para romperla. El primer eslabón de la cadena es el Gobierno por haber permitido, incluso animado, participar en cualquiera de estos actos, por supuesto, pero también es cierto que el Ejecutivo no estaba presionado para cancelar ninguno de ellos, de hecho habría sido muy criticado si hubiese cancelado cualquier evento. Indudablemente tiene su responsabilidad, y debería dar explicaciones y no delegarla los expertos (“nosotros hicimos lo que nos dijeron los expertos”). Los expertos establecen un escenario para facilitar la toma de decisiones, si tienen que explicar algo es porqué se equivocaron en el diseño de este escenario, si es que lo hicieron, y hasta ahí llega su responsabilidad, el Gobierno deberá explicar más detalladamente su decisión.

El segundo eslabón lo forman los diferentes organizadores de los eventos, la Comunidad de Madrid, su Ayuntamiento y su Cámara de Comercio pudieron cancelar la FITUR o posponerla, como hicieron los organizadores del Mobile World Congress pese a las presiones del Gobierno, la Generalitat y el Ayuntamiento de Barcelona. También las delegaciones asistentes pudieron renunciar a participar. La dirección de VOX pudo también posponer su congreso o cancelarlo, pero prefirió celebrarlo (quizás como desafío a la manifestación). Las directivas de los clubes pudieron hacer que se disputasen los partidos a puerta cerrada, pero optaron por las multitudes. Los propietarios de bares y locales pudieron cerrarlos o limitar su aforo, pero tomaron otra decisión. Todos ellos tienen su cuota de responsabilidad, no sirve decir que no sabían nada y que nadie les indicó que debían cerrar su negocio, ninguno tenía la obligación de mantener abierto, o celebrar partidos y congresos.

Y hay un tercer eslabón, el formado por las personas, nadie estaba obligado a asistir, todos tuvimos la oportunidad y acceso a la información para tomar nuestra decisión. En todo caso la asistencia a ferias, congresos, manifestaciones, partidos y juergas fue un acto voluntario, fruto de una decisión de la que cada uno es responsable. Después de todo, las decisiones que toma cada uno son la base de su libertad individual.

El pretender hacer al Gobierno responsable exclusivo, delata la intención de hacer que el Estado asuma un papel tutelar sobre nuestra vida negándonos el ejercicio de nuestro propio albedrío. En resumen, debemos exigir muchas responsabilidades, empezando por nosotros mismos, y admitir que podemos ser parte del error.

En este ambiente, pensamos que estamos haciendo frente a una crisis sanitaria y que ésta implicará una crisis económica. Es quedarse corto, en realidad estamos haciendo frente a una crisis del sistema en la que diferentes ideologías quieren tomar o reafirmar posiciones. Antiglobalización contra globalización, república contra monarquía, ricos contra pobres, nacionalización contra privatización y un largo etcétera que podemos resumir en un enfrentamiento entre los que quieren liderar los cambios a los que tendremos que hacer frente, eso que han dado por llamar “la nueva normalidad”. Pero todos tienen el denominador común de tener una visión simplista y generalizada de la sociedad. A la hora de razonar, que pocas veces llega, generalmente se han justificado las ideas en condicional (si hubiésemos sido república…, si no hubiera habido recortes…, si fuésemos independientes…, si Pedro Sánchez no fuese presidente del Gobierno…, si no hubiese habido manifestación) que no dan, por sí, ningún rigor a la opinión limitándose a ser propaganda. El caso es que nos estamos moviendo entre la crítica más exacerbada y la autocomplacencia, sin permanecer en un punto medio que nos dé una perspectiva que permita contemplar la situación sin deformarla.

Nos han dicho que el virus no hace excepciones y que nos iguala a todos. Además han declarado día tras día, como un mantra y desde todas las tribunas y medios posibles que “nadie se va a quedar atrás”, pero a la fecha que se escribe ya se han quedado por el camino más de 27.000 personas. El 23 de abril el vicepresidente del Gobierno en rueda de prensa ha declamado que el virus no pregunta por ideologías y que no hace diferencias, pero los humanos preguntamos por la edad para establecer criterios de tratamiento en las unidades de cuidado intensivo. De una forma u otra tenemos que hacer diferencias.

Y es verdad que en esta súbita igualdad se han permitido excepciones, o se han pretendido establecer. Cada uno se ha fijado en su mundo, los deportistas han dicho que su trabajo es el deporte y, por tanto, podrían no estar sujetos al confinamiento, afortunadamente esta iniciativa no prosperó. También los diabéticos necesitaban caminar, como los autistas, y en vez de comprensión encontraron insultos y reproches desde las ventanas de sus vecinos, hasta el punto de llegar a haber una iniciativa de portar un brazalete azul para distinguirlos, algo tan necesario como como llevar una estrella de David bordada en la Alemania nazi. Un triste ejemplo de que también sale lo peor. Cuando la gente de la cultura ha visto que sus subvenciones podrían verse perjudicadas, cuando el ministro de cultura declaró que las ayudas tendrían que llegar cuando terminase la crisis, amenazaron con un silencio digital. Parece que la solidaridad de algunos artistas era un tanto interesada. Como deportistas y artistas, animalistas, ambientalistas y feministas han seguido a lo suyo.

Dentro de los privilegios también ha salido a relucir cierta hipocresía, muchos de los que han defendido vehementemente la sanidad pública y denostado a la privada han optado por tratarse en esta última. Es el caso de la ministra Carmen Calvo que fue ingresada en la clínica Ruber, se explicó que los funcionarios tienen un convenio, deberemos entender que este convenio beneficiará a unos funcionarios determinados, desde luego a todos no. En todo caso, no es una escenificación muy coherente con las ideas que se defienden.

Hay quien se ha escapado de la dictadura de los balcones y se ha ido a dar una vuelta fuera de su casa, con cualquier excusa (trabajo en Madrid, pero mi domicilio familiar está en Galicia) o sin ella. Muchos que ocupan, han ocupado o piensan ocupar un cargo en el que tienen dar ejemplo han faltado a este deber.

No podemos olvidar que asistimos a una crisis del sistema, la sanidad ha estado a punto de colapsar, el sistema económico tiene que recuperarse, en lo laboral ha aumentado el número de parados y habrá que financiar todas las subvenciones y pagas que se anuncian, lo cual obligará a modificar deuda e impuestos. ¿Y todo esto porqué?

El primer motivo es un mal endémico español, no ha habido un planeamiento nacional, se puede asegurar que en décadas no se ha contemplado cómo reaccionar ante una pandemia coordinadamente entre todas las instituciones nacionales y autonómicas. Podrían existir protocolos, pero aislados. La coordinación se ha tenido que hacer precipitadamente, ha sido improvisada, con desacuerdos y pocas referencias, que es lo que da el planeamiento. Y es que en España lleva tiempo siendo imposible planear a largo plazo o establecer una política nacional articulada debido a una manifiesta incapacidad para acordar, podemos comprobar que repercute en la sociedad. Se discute, se levanta la polémica, se toman posiciones inamovibles, la opinión prevalece sobre los objetivos a lograr y cuando llega el momento de actuar estamos inmersos en los desacuerdos y, cuando hace falta unidad, hay una multitud descoordinada afeándose actuaciones y diciendo lo que hay que hacer.

Nuestra sociedad, que ha sabido mantenerse unida en el confinamiento, se va crispando. Pese a las buenas intenciones mostradas al comienzo de esta especie de arresto; la industria textil se puso a hacer mascarillas (al menos así lo anunció el gobierno), talleres textiles se pusieron a hacer mascarillas de forma voluntaria (así se mostró en televisión); laboratorios de investigación se lanzaron a hacer respiradores. Otras industrias especializadas empezaron a hacer EPIs y otras test. Un mes más tarde sigue habiendo carencias, el proceso de homologación es un cuello de botella para todo el esfuerzo que se está haciendo. Tiene que haber responsables que sean capaces de explicarlo.

En la última semana de abril los parados están esperando una paga que llegará tarde, de nuevo hay un cuello de botella en la revisión de documentaciones. La burocracia no ha sido afectada por el virus, en vez de flexibilizarse o agilizarse, se ha vuelto más lenta si cabe. De esto tiene que haber responsables.

Por otra parte estamos pidiendo menos restricciones al confinamiento, aun cuando no se dan las garantías para que se pueda iniciar la desescalada. Y anuncian que ésta va comenzar antes de que se haga el estudio de seroprevalencia, que llevan dos semanas anunciando y retrasando.

Han salido por fin lo niños a la calle y, desde los balcones y las ventanas, resulta fácil ver con a los niños con más acompañantes de los que debería, en los patios y espacios abiertos jugando al fútbol sin mantener una distancia, se trata de un deporte de contacto, y algunos padres se ausentan para charlar entre ellos, asumiendo una separación  que se antoja muy lejana. Otra madre juega con su niña en los columpios, es comprensible el deseo irrefrenable de la niña, es difícil entender que la madre sea incapaz de frenarlo. Estas imágenes también se han repetido en la televisión. ¿Es posible que haya un repunte de la enfermedad?¿A quién se pedirá responsabilidades?

Cuando por fin se ha podido salir a dar un paseo o a hacer deporte, como es lógico, la gente ha ido donde le gusta ir a pasear o a correr. Lugares específicos para ello. Dentro de esta lógica, en los mejores lugares se han concentrado deportistas y viandantes. Y allí se han encontrado algunos deportistas en grupo, algunos ciclistas en pelotón y algunos peatones en corrillos. Donde todo el mundo va a lo largo del día, han tenido un total de siete horas, teniendo en cuenta que hay franjas horarias en que la presencia es testimonial, hay concentraciones, aunque unos intentan mantener las distancias, a  otros les da lo mismo. En realidad somos muy predecibles y difíciles de controlar. En fin que además de con el COVID-19 tenemos que convivir con irresponsables dispuestos a culpar y considerarse víctimas. 

Cada uno es responsable de sus decisiones, lo cual implica que nosotros, cada persona, tiene una responsabilidad individual.


Algunos artículos relacionados con este tema:

“Del fracaso y del éxito”, 30 de marzo de 2020, elpais.com. Xavier Vidal Folch. Artículo donde se toma el encabezamiento de este artículo, una reflexión conceptual de lo que son los objetivos.

“Pan y wifi”, 2 de abril de 2020, elpais.com. Luz Sánchez- Mellado. Sobre la gestión y la crítica de la misma. En mi opinión la izquierda progubernamental tiende a ejercer una especie de censura basada en lo políticamente correcto.

“La otra pandemia”, 4 de abril de 2020, elpais.com. Julio Llamazares. Una crítica a los que critican, pero un tanto falaz. Nadie se ha quejado de las medidas sanitarias que ha tomado el Gobierno, excepto el ruin Torra. Pero si se han quejado en algunos casos, con razón, de gestiones, actitudes y declaraciones. Efectivamente, no somos un país de expertos pero, en ocasiones, cuando distinguimos propaganda y maniqueos o no hay una respuesta a nuestras dudas, nos queda el derecho de protestar. 

“El gobierno y los expertos”, 6 de abril de 2020, elpais.com. Juan Luis Cebrián. El autor nos dice que la actual crisis ha puesto en evidencia al actual sistema.

“Los límites del capitalismo de vigilancia”, 8 de abril de 2020, el país.com. Andrés Ortega, José Balsa Barreiro, Manuel Cebrián. Sobre el fracaso de la tecnología y de las redes sociales en la prevención y control de la crisis.

“La ciencia española no ha funcionado bien”, 15 de abril de 2020, elpais.com. Javier Sampedro. Breve artículo en el que se denuncia que no ha habido una buena conexión entre los científicos (expertos) y los políticos (aunque creo que ellos no tienen buena conexión con nadie).

“Cómo es la gente”, 19 de abril de 2020, elpais.com. Elvira Lindo. Un delicioso artículo en tintes positivos que considera que la gente está a la altura y que los políticos, además de no estar a la altura, la subestiman.

“Lo nuestro”, 20 de abril de 2020, elpais.com. Almudena Grandes. Breve artículo sobre la solidaridad y la hipocresía, hay una alusión a los artistas-famosos

“Padres, disuélvanse”, 27 de abril de 2020, elpais.com. Íñigo Domínguez. Artículo en el que el autor explica que se saltó las normas, que no es tan importante respetarlas, y que  es más grave que un agente te recuerde que tienes que respetarlas. Según él sus hijos aprendieron tres cosas, pero después de leerlo creo que aprendieron una cuarta: su padre es todavía más tonto.


31 mayo 2020

PAISAJE DE UNA BATALLA


CRÓNICAS DEL CORONAVIRUS (I).



Desde que se anunció el estado de alarma se comparó la situación originada por las medidas para prevenir el contagio del COVID-19 con una lucha contra el virus, una guerra. Pero, seamos sinceros, el estado es de alarma y no de guerra, y la única lucha que se puede hacer contra el virus es la prevención, consistente en medidas pasivas, mientras no haya fármacos o vacunas la única opción es aguantar y esperar no contagiarse… minimizar los daños.

Se comentó que estamos en guerra contra el virus como se puede declarar la guerra a la droga, la trata de blancas o a la estupidez. De la misma forma que se evitó decir que había una guerra en Afganistán, no se ha tenido ningún reparo en anunciar una guerra contra el virus. Cosas de políticos que son los que definen los términos.

Pero entonces, ¿qué es lo que estamos viviendo? Hay quien le llama catástrofe, pero una catástrofe implica un fenómeno destructivo, como un terremoto o un derrumbamiento, es más calificativo que situación, también podría servir, pero no es una catástrofe. Por supuesto, se utiliza la palabra crisis, pero cuando hablamos de crisis nos referimos al colapso de un sistema, ya sea sanitario o económico, indudablemente esta situación implica una crisis que será paralela, pero que puede ser más larga o más corta de lo que dure la enfermedad. La palabra es pandemia, estamos inmersos en ella, su naturaleza es extenderse, ocupar nuestros cuerpos y perjudicar nuestra salud.

Pero, como en muchas situaciones, necesitamos referencias y, aunque podría haber otras, se ha tomado la de la guerra. Hay muchos opinadores que nos recuerdan que esto no es una guerra. Incluso dicen que el hecho de recurrir al léxico bélico es machismo. Pero ninguno se ha molestado en apuntar una referencia diferente. En medio de una situación tan grave que ha obligado a declarar el estado de alarma, plantearse si es una guerra o no es como discutir que los perros que nos van a dar caza son galgos o podencos.
Pero dado que se ha utilizado el término guerra y se ha intentado acudir al léxico bélico, podemos y debemos recurrir a las referencias militares, que no tiene otro sentido que hacernos una idea de la magnitud de cómo nos ha afectado y está afectando esta pandemia.

Así que, recurriendo al lenguaje militar, la primera medida adoptada para combatir el virus ha sido acuartelar a la población, también podría emplearse la palabra arrestar, sólo los que tienen un servicio que hacer pueden salir de su casa. En realidad, el confinamiento equivale a una vida cuartelera, de movimientos restringidos y con unos horarios de salida limitados por las aperturas de los comercios y las necesidades de las mascotas.

Igual que en la guerra, las familias se han visto repentinamente  amputadas, privadas de la presencia de un ser querido sin la oportunidad de darle un último adiós.

Igual que en la guerra, se ha exigido un esfuerzo general a toda la población e instituciones.

Resulta importante comparar situaciones, desde un punto de vista bélico, asumiendo que estamos en pie de guerra, aunque no sea un conflicto armado. Y esta guerra se acabará con el fin del virus, no del confinamiento/acuartelamiento, al finalizar éste podremos dar por terminada la primera batalla, pero no la guerra. No se cerrará la lista de fallecidos cuande deje de haber ruedas de prensa del Comité Técnico. Debemos ser conscientes que estamos asistiendo al desarrollo de una batalla, un enfrentamiento si lo prefieren, pero la “guerra” será más larga.

¿y cómo podríamos considerar esta batalla y su resultado final? Recurramos al pasado. En la batalla naval de Santiago de Cuba entre la marina estadounidense y la armada española la derrota se saldó con aproximadamente 500 muertos españoles, según datos de Wikipedia, y fue un desastre.  La Guerra Hispanoamericana arrojó unas pérdidas de más de 60.000 fallecidos (datos de Wikipedia), menos de 11.000 en combate, el resto en el proceso de repatriación víctimas de enfermedades (ése fue el verdadero desastre). Cuando se escribe esto el COVID-19 se ha cobrado más de 27.000 vidas en España. Recurriendo a batallas, no a guerras, hace casi cien años, en 1921, el ejército sufrió un descalabro en Annual que costó 14.000 vidas (también según Wikipedia), también se le llamó desastre. O sea que el resultado de esta batalla habrá que considerarlo, de momento, entre el Desastre de Annual o el Desastre del 98, en ambos casos desastres.

Quizás haya sido demasiado rígido al comparar lo que estamos viviendo con estas batallas, probablemente deberíamos compararlo con un episodio más semejante a los bombardeos soportados por los ciudadanos ingleses o alemanes durante la Segunda Guerra Mundial, personas encerradas en sus casas esperando que las bombas cayesen en otras viviendas, salidas restringidas para permitir el paso de ambulancias, bomberos, policías y militares. Este escenario es más parecido si tenemos que encontrar una referencia, y recordar que el bombardeo de Dresde se saldó con la muerte de 25.000 personas (de nuevo datos de Wikipedia).

Creo que esto da una idea de la dimensión de la batalla que estamos librando y que ésta consiste en resistir. No tenemos, de momento, la oportunidad de devolver los golpes. Sólo podemos aguardar en casa y respetar las restricciones hasta que amaine el bombardeo, o la tempestad.

Pero los niños, y el mimo que reciben, demuestran que esto no es una guerra, confirmando que tampoco llega a ser una batalla, en este caso los padres nunca se plantearían que pudiesen salir de casa.

Pero, como en todas las batallas, queda un panorama que permite sentir cómo ha afectado la lucha, qué huellas van quedando, de qué manera nos ha afectado. La batalla nos va dejando una España ralentizada que ha modificado sus convenciones, ahora el transporte individual prima sobre el colectivo. España intenta ir enguantada y embozada tras una mascarilla, intenta ser lo más aséptica posible y los españoles mantienen las distancias, se hablan menos y más alto, y esperan más distanciados, quizás más estoicamente. Y este panorama, más suave o estricto,  durará hasta que haya una vacuna o fármacos eficaces, ese será nuestro contrataque, la batalla de la revancha.

Otra imagen que nos queda es la visión de la Plaza de Cibeles, las banderas de España que rodean la fuente, como las del ayuntamiento, están a media asta – siguiendo las instrucciones de la Comunidad Autónoma -  las banderas del Banco de España y del Cuartel General del Ejército en el Palacio de Buenavista están completamente izadas (según la normativa estatal). Se antoja como una evidencia de que en la España oficial no son capaces de ponerse de acuerdo ni para expresar el dolor.


Como en una guerra, los temas que ocupaban los titulares, máxima preocupación del gobierno, han pasado a un plano secundario, la violencia de género es un recordatorio que no ocupa mucho espacio en las noticias, el feminismo casi queda ridículo, el coronavirus ha dejado patente la igualdad en la vulnerabilidad y también algunos privilegios en la sociedad, y el cambio climático es casi un recordatorio.

También, como en una guerra, sale lo mejor y lo peor de nosotros, los actos desinteresados motivados por el hecho de querer aportar algo y colaborar en el enorme esfuerzo que estamos haciendo. También sale lo peor, siempre hay quien intenta beneficiarse de la situación y el que piensa en términos de yo y no nosotros. Y muchas veces sale lo más absurdo…

Indudablemente, en medio de una batalla, no podemos dejar de preguntarnos muchas cosas: ¿cómo hemos llegado aquí? ¿No iba a ser el paso del COVID-19 algo testimonial? ¿cómo es posible que en Irán haya menos muertos que en España? ¿no teníamos el mejor sistema de salud del mundo? ¿No estaba tan bien preparado? Se necesitan muchas respuestas, son necesarias para la próxima batalla.

Como en toda batalla, también hay órdenes y contraórdenes, la mascarilla no era algo necesario hasta el día 4 de abril en que se informó que iba a ser obligatorio portarla… cuando hubiese, hasta ese momento es recomendable. Un vaivén que deja constancia del desconocimiento sobre el virus y de los procesos de decisión ¿es un palo de ciego más o, por el contrario, tiene su lógica? Por supuesto si tiene su lógica ¿por qué no la hubo antes? Si en Oriente se empeñaban en llevar mascarillas y en España se explicaba que no eran necesarias ¿Qué ha pasado? ¿Es que es una manera de evitar decir que no había suficientes mascarillas? Parece que, un mes más tarde, sigue sin haberlas.

Como en el desarrollo de todas las batallas, ahora somos - o deberíamos ser - conscientes de nuestras debilidades y carencias. Ahora conocemos las consecuencias de una externalización que sólo ha atendido a criterios de beneficio económico, quizás olvidando los beneficios sociales. Ello se ha traducido en una carencia de Equipos de Protección Individual (EPIs), respiradores y mascarillas. En definitiva, hay muchas preguntas que responder y muchos problemas a los que hay que dar solución.

Pero dentro de este panorama no todo es desolación, a lo largo de este acuartelamiento a las ocho de la tarde los vecinos se han manifestado multitudinariamente reconociendo el esfuerzo de otros españoles. Un apoyo incondicional a aquellos que han hecho lo que debían hacer, lo que se esperaba de ellos, de forma incansable han seguido una rutina, en ocasiones agotadora y han satisfecho las necesidades de aquellos que han tenido que quedarse en casa y de los que han sido alcanzados por la enfermedad.

Siento tener que recurrir a las frases de dos personajes británicos para describir el comportamiento de la sociedad española, pero no encuentro frases parecidas formuladas por españoles en nuestra historia.

Refiriéndome a todos los españoles y parafraseando a Nelson antes de la batalla de Trafalgar: “España espera que cada uno cumpla con su deber”… y así lo ha hecho.

Refiriéndome a sanitarios, policías, guardias civiles, militares y personal de los supermercados y todos los trabajadores esenciales, acudiré a las palabras exactas de Churchill cuando terminó la batalla de Inglaterra: “Nunca tantos tuvieron tanto que agradecer a tan pocos”.
Algunos artículos relacionados con este tema:
“Esto no es una Guerra”. 3 de abril de 2020, Elpais.com. Nuria Labari. Un alegato feminista, según la autora el vocabulario bélico es debido a una gestión machista de la crisis. Hay una clara tendencia ideológica.
“El virus y el lenguaje militar”. 3 de abril de 2020. Elpais.com. Ramón Lobo. Alegato en defensa del Tercer Mundo, que en él la población si vive guerras y otras calamidades y en el que los fallecidos se cuentan por millones.
“La muerte de María Pascual: 20 días de hospital, 20 minutos de entierro”. 8 de abril de 2020. Elpais.com. Jesús García. Un artículo en el que se habla de imposiciones y en el que nos podeos plantear, una vez más, el enfrentamiento entre los derechos individuales y los deberes sociales.
“Liderazgos naturales”. 19 de abril de 2020. Elpais.com. Fernando Vallespín. Artículo de tinte feminista que acentúa la idea de que “los machos populistas y todos los que emprenden la lucha contra el virus como una confrontación bélica son los grandes fracasados”. Mezcla la falta de liderazgo con feminismo, es una interpretación sesgada e interesada. Muy simplista como solución.
“La experiencia española”. 20 de abril de 2020. Elpais.com. Javier Sampedro. Un resumen de lo que, según el autor, se ha hecho en España en relación al COVID-19. Un paradigma, según él, de cómo no se deben hacer las cosas.