Maravillas.
Soy consciente, y en más de una ocasión me quedo con el remordimiento, que el comentario de la actualidad da motivos para morirse de asco, también se pueden encontrar razones para ser feliz pero hay muy pocas. No sé porqué pero las buenas noticias escasean, lo halagüeño no vende. Es más, en el entretenimiento, ya sea novela, película o teatro si no hacemos sortear una trama de dificultades no funciona. Somos así ¿qué le vamos a hacer? Así que hoy me he buscado otras razones para morirme de asco o esperanzarme y por eso recurro a las maravillas.
Las siete maravillas de la antigüedad fueron recogidas como una especie de catálogo de turismo para viajeros de la época helenística, por eso todas están ubicadas en lo fueron tierras conquistadas por Alejandro Magno, una forma de dar cohesión al efímero imperio primero y a la cultura griega que los acogió. Eran las siguientes: Las Pirámides de Egipto, los Jardines Colgantes de Babilonia, la estatua de Zeus Olímpico, el Templo de Artemisa en Éfeso, el Mausoleo de Halicarnaso, el Coloso de Rodas, y el Faro de Alejandría. De ellas sólo quedan las Pirámides, ya saben el dicho:”el mundo teme al tiempo y el tiempo teme a las pirámides”. En Olimpia quedan las ruinas del templo que albergaba la escultura del dios griego, uno se puede imaginar el tamaño de la misma a partir de las columnas derribadas del templo, en Egipto las hay mayores, pero no se trata de comparar. Una visita a las Pirámides es tentadora y decepcionante, cuando uno llega a Gizeh se encuentra con un conglomerado atiborrado de turistas, pedigüeños, comerciantes y locales, que también tienen derecho a hacer visitas. Aunque se disfruta de la visita, ésta termina por debajo de las expectativas. De forma que podríamos complementar el dicho sobre las pirámides añadiendo “.... y las pirámides temen a los visitantes”.
Como quedaban pocas maravillas a alguien se le ocurrió proponer siete maravillas del mundo moderno, en este caso como puntos de referencia obligada en un catálogo global en que parece que se han seguido criterios de compensación. Las siete nuevas maravillas son la Muralla China, Petra, el Coliseo, Chichen Itzá, Machu Pichu, el Cristo Redentor, y el Taj Mahal. No pongo en duda que sean maravillas y, no lo duden, hay más. Una referencia pueden ser lo lugares que la UNESCO ha calificado como Patrimonio de la Humanidad.
Cuando uno bucea un poco en el pasado descubre que las maravillas llevan asociadas otras maravillas que, muchas, se quedan en preguntas sin responder:¿Cómo se construyeron las pirámides?¿Cómo se irrigaban los jardines colgantes?¿De donde se sacaba el combustible para mantener la iluminación del faro de Alejandría? Creo que muchas veces estas maravillas intrínsecas superan a las originales. ¿Cómo han aguantado tanto tiempo? Hay otro dicho en Roma: “Lo que no hicieron los bárbaros lo hicieron los Barberini”, los Barberini fue una familia relacionada con el papado que utilizaron el coliseo como cantera para la construcción de sus edificios. Una práctica muy copiada en las poblaciones que han estado en los alrededores de un castillo que también ha servido de cantera para las construcciones de los pueblos, una pequeña maravilla el que estas construcciones todavía se mantengan, aunque sea en ruinas. El Taj Mahal se podría resumir en “lo que se llega a hacer por amor”, cuya muestra abarca desde la construcción del mausoleo de su reina hasta la leyenda que cuenta que hizo que cortasen las manos de los obreros que participaron en la construcción.
Pero hay otras maravillas cotidianas, o no tanto, que pasan desapercibidas como pueden ser los primeros pasos de un niño, un amanecer o un ocaso en el marco adecuado o el mero hecho de alcanzar un instante de felicidad. En mi caso que consiga que me crezca una planta cambia de categoría de maravilla a milagro. Pero los milagros son otra cosa.
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