Nuevas costumbres a la mesa.
Me imagino que todos los que tenemos cierta edad nos hemos sentado a una celebración en la que la disposición de la mesa para un comensal tenía varios juegos de cubiertos, al menos tres o cuatro: para el aperitivo o el entrante, primer plato, segundo plato, postres y café. Los platos apilados se encontraban en el centro de un cuadro formado por cuchara, tenedores y cuchillos a los laterales y al frente que estaba reforzado por la disposición de diferentes vasos o copas para cada una de las bebidas, vinos blanco y tinto, agua, licor y taza de café. Era, por supuesto, un menú de celebración. Ahora ha decaído un poco, con la eficiencia que exige la economía y las estrecheces que impone el día a día, hay veces que uno mantiene los mismos cubiertos para toda la comida. Y la verdad, no pasa nada.
Doña Almudena Villegas Becerril publica hoy en El Debate un artículo que titula “La pérdida de los hábitos protocolarios en la mesa” que nos viene a decir que nos estamos barbarizando y volviendo a la antigua y primitiva costumbre de comer con las manos. Incluso quiere ver en este hábito una conjura contra la esencia occidental. No llegaría yo al extremo de ver una confabulación en ello, pero si contemplo con cierta pena que los jóvenes no saben trinchar un pollo o enfrentarse a un pescado. Hay alimentos que nacieron para comerse con las manos, los boquerones fritos, por ejemplo, las sardinas prefiero comerlas con cuchillo y tenedor porque no me gusta como terminan oliendo las manos, pero cuando ha habido sardinadas soy el raro. Me resulta raro pelar gambas con cuchillo y tenedor, pero de todo hay.Y hace poco que descubrí que de los caracoles sólo se come lo de dentro, mejor porque me gustaba la parte blanda, pero también se precisa de las manos para comerlos. Viene a significar que en una celebración de alto postín no hay sitio para los boquerones, las sardinas o los caracoles.
Pero no nos olvidemos que el papel fundamental de la mesa es reunirse saborear los alimentos y disfrutar de una buena conversación. Todo ello se ve arruinado por un nuevo utensilio que llevamos a todas horas: el teléfono móvil. Un compañero indeseado que interrumpe las conversaciones y cualquier intento de disfrutar de la comida. ¿Se imaginan el mal efecto que tendría en una celebración un teléfono encima de la mesa? Pues hoy es el compañero insustituible, ya no se comen gambas o sardinas para que el móvil se impregne con su olor. Es fundamental para el desarrollo de un buen picnic que en el lugar que se celebre haya buena cobertura. Implica su utilización asumir riesgos, por ejemplo que en una cena de pedida entre el “¿te quieres casar conmigo?” y la respuesta se reciban tres llamadas y cinco mensajes. Mejor declararse por wahtsapp , trae menos complicaciones.
No debería, pero me sorprende ver en las mesas de tertulia que se retransmiten que sus participantes cuando no están hablando están mirando a su móvil o tablet y luego rebaten a su interlocutor como si le hubieran hecho caso, contestación que no sé si cae en saco roto ya que el otro está consultando al aparato. En mi opinión, que es muy mía, supone la asimilación de la mala educación. La llamada del móvil suele ser la interrupción indiscreta del maleducado de turno que irrumpe en una conversación con el ¿qué hay de lo mío?
Mi mujer ha tomado una sabia decisión cuando tenemos comida familiar, es obligatorio que los comensales dejemos el móvil en una habitación diferente de la del comedor, si comemos fuera de casa nos ruega que lo pongamos en modo avión. A mi me parece una buena medida, pero también compruebo que, no sé si inconscientemente o a cosa hecha, comemos más deprisa y en cuanto terminamos corremos a recuperar nuestro teléfono.
Llego a la conclusión de que el género humano ha inventado dos cosas fáciles de usar, que hasta los auténticos tontos aprenden a manejarlas con rapidez, pero que mal usadas son peligrosas . Me refiero a las armas y a los móviles.
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