HACIA LA TIRANÍA (II)
Los políticos siempre presentan una cara de la moneda y mantienen oculta la otra. Generalmente declaran en palabras sencillas y fáciles de entender sus promesas, pero sus objetivos e intenciones se manifestan más en lo que callan. Se aprovechan del entusiasmo de su audiencia y de su falta de capacidad de análisis. Cuando Pedro Sánchez anunció que no iba a haber recortes pocos se plantearon de dónde iba a salir el dinero, en su silencio iba implícito un aumento de la carga impositiva y una intención de endeudamiento. Cuando Pablo Iglesias recordó que todos los españoles tenían derecho a una vivienda digna, sin promover construcción de viviendas ni plantear su financiación, estaba dando vía libre a la okupación. Cuando Aznar o Rajoy proclamaban que España iba bien, olvidaban el hecho de que a los españoles no les iba tan bien. Rodriguez Zapatero se negó a pronunciar la palabra crisis durante casi seis meses, como si el hecho de negarlo evitase la existencia de una crisis que acabó estallándole.
¿Podemos culpar a los políticos? Exclusivamente no. El público también participa de la culpa. No ejerce su derecho a la crítica ni practica el análisis. Cuando un político haga un anuncio no hay que quedarse sólo con el ¿qué? y el ¿para qué?, hay que profundizar un poco más en el ¿con qué? y en el ¿cómo?, plantearse si el ¿para qué? que se propone el político coincide con el nuestro y sobre todo ¿cómo y en qué me va afectar su promesa? Invitémonos a hacer un ejercicio de autosinceridad con nososotros mismos respondiendo a la pregunta ¿Ha mejorado mi vida con Sánchez?¿Ha cumplido con sus compromisos?¿Me ha beneficiado en algo? El mismo ejercicio lo lo podemos hacer con cualquiera de los dirigentes actuales. Pocos obtendrían una evaluación positiva.
Si nos damos cuenta, actualmente la democracia se basa en una campaña electoral en la que los políticos nos hacen promesas y piden nuestro voto para, posteriormente, estar cuatro años exigiendo nuestro dinero, nuestro esfuerzo y nuestro acatamiento a sus medidas.
Por inteligente que sea el político de turno no puede lanzarse a largar proclamas, promesas y, a la vez, mantener silencios. Por muchas deficiencias que tenga su publico, siempre se podrán detectar contradicciones. Debe seguir un programa de comunicación, saber que es lo que dice, lo que no dice y cuando hacerlo. Para eso entra el aparato del partido.
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