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Me dice Don Pedro Sánchez que desenterrar a un muerto va a
devolver la dignidad a la democracia española. Ojala fuese así y exhumando a
Franco se borrasen las manchas acumuladas por nuestro estado a lo largo de los
últimos cuarenta años.
Me refiero a muchas indignidades cometidas, y muchas de
ellas en forma continua, por los gobiernos cuyo jefe del estado no era
Francisco Franco. Podemos comenzar por la traición cometida contra el pueblo
saharaui, podemos seguir por la corrupción que se ha ido enquistando en
nuestras instituciones o por la traición, en forma de espantada, a nuestros
aliados en Irak. Podemos recordar las indignidades y vergüenzas a las que se
han sometido nuestros representantes a lo largo de estos últimos cuarenta años,
no puedo olvidar a un presidente Zapatero leyendo una hoja en blanco sentado aparte
de una reunión de todos los ministros de la OTAN, tampoco puedo olvidar a un
bocazas Hugo Chávez voceando mientras el presidente Zapatero daba su discurso,
es difícil obviar los pitidos al rey y al himno de España (símbolos de nuestro
país) por parte de descerebrados radicales. En todas estas ocasiones me ha dado
vergüenza - por lo herida que siento a España en su dignidad - ser español. La
omisión y dejadez de las autoridades españolas no hace más que aumentar esta
vergüenza.
Pero Don Pedro Sánchez me da a entender que desenterrando a
un muerto, prohibiendo reconocer cualquier rasgo positivo del mismo y
eliminando su recuerdo vamos a recuperar la dignidad. Al día siguiente de la exhumación
España retomará su compromiso con el Sáhara, la corrupción pasará a ser un mal
recuerdo y España será un aliado fiable a todos los niveles. Ya puestos
podremos considerar que, gracias a desenterrar a alguien que lleva cuarenta y
tres años fallecido, tendremos representantes dignos y ciudadanos respetuosos
con otros ciudadanos. Pero me temo que, debido a la exhumación, el paro no va a
ser menor, ni la deuda se va a reducir, ni siquiera la justicia va a ser más
rápida, ni los independentistas más españoles, ni nuestros gobernantes serán
más acertados. No va a haber ningún milagro tras la exhumación, probablemente las
cosas van a seguir igual. Puede que el ego de algunos les invite a declararse
paladines de la libertad, algo que en España resulta muy fácil, y que sus
corifeos les jaleen sin más resultado que reafirmarlos en su ego.
Es posible que un día la democracia española madure y asuma
que su dignidad no depende de sus muertos ni del su pasado. Sino de los que la
dirigen y de su presente, de la conducta de sus ciudadanos y del respeto que se
tengan a sí mismos. Si eliminando el recuerdo de Franco se consiguiese algo
positivo, no dudo que también sería muy beneficioso eliminar el recuerdo de
Fernando VII, de Zapatero, de Jordi Pujol, del Cojo Manteca y otros individuos
de la misma calaña, de olvidar a toda la canalla histórica… pero no va a ser
posible.
En nuestras calles ya no hay sitio para Pedro Muñoz Seca,
autor de la “Venganza de don Mendo” o para el Almirante Cervera, defensor del
honor cuando ya no se podía defender otra cosa. Pero si hay sitio para Pepe
Rubianes o Miguel Hernández, que no dudo que lo merezcan, demostrando así que
en las calles sólo hay sitio para los amigos de ciertos gobernantes.
.
En fin, que la dignidad de un estado resulta muy compleja y
viene definida por muchos factores, no solo por desenterrar a un cadáver, ya
indefenso (ahora si son valientes), de cuarenta y tres años.
Se puede recurrir a miles de justificaciones, siempre
discutibles, para exhumar a Franco. Pero irse a centrar justo en la de la
dignidad es estúpido, y permítanme decirlo, cuando la esgrime alguien que no ha
demostrado hacer valer la dignidad y honor de su nación, ni la de sus
oponentes, no resulte creíble.
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