Nuestro sexto pecado también es histórico: nuestra costumbre es dar más protagonismo a las personas que a las instituciones. Votamos más a Don José Luis Rodríguez Zapatero o a Don Mariano Rajoy que al PSOE o al PP. Somos más Juancarlistas que monárquicos y conocemos a las figuras, pero no a las organizaciones. Nuestros políticos fomentan estos protagonismos, será Zapatero, y no el gobierno, el que nos saque de la crisis. Rajoy, y no el PP, es la oposición. Conocemos al juez Baltasar Garzón, pero no sabemos su puesto en el entramado judicial, paradójicamente podemos fiarnos de él, pero nunca de la justicia.
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Y es que en España pocas veces exigimos que las instituciones sean fuertes y serias. No entendemos, como no entendimos en la Segunda República, que son las instituciones y no las personas las que garantizan la marcha constitucional. Al fiarnos de una persona a la que conocemos poco, lo estamos haciendo en el convencimiento de que nunca le afectará su estado de ánimo, sus vicios, su cabezonería, su cansancio o sus caprichos. Son las instituciones las que cuidan de que las personas obren lo más adecuadamente posible.
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El hecho de identificar a la institución con su representante nos lleva a cometer un error ya cotidiano, no respetamos a la institución y somos groseros con la persona. Nunca me sentiré cómodo si se abuchea a mi presidente del gobierno o a mi rey, de la misma forma que no me gusta que se critique a Don Juan Carlos o a Don José Luís. Podemos criticar la labor de una institución y debemos respetarla. De la misma forma podemos pensar lo que queramos de las personas, pero debemos respetar su dignidad.
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Y es que en España pocas veces exigimos que las instituciones sean fuertes y serias. No entendemos, como no entendimos en la Segunda República, que son las instituciones y no las personas las que garantizan la marcha constitucional. Al fiarnos de una persona a la que conocemos poco, lo estamos haciendo en el convencimiento de que nunca le afectará su estado de ánimo, sus vicios, su cabezonería, su cansancio o sus caprichos. Son las instituciones las que cuidan de que las personas obren lo más adecuadamente posible.
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El hecho de identificar a la institución con su representante nos lleva a cometer un error ya cotidiano, no respetamos a la institución y somos groseros con la persona. Nunca me sentiré cómodo si se abuchea a mi presidente del gobierno o a mi rey, de la misma forma que no me gusta que se critique a Don Juan Carlos o a Don José Luís. Podemos criticar la labor de una institución y debemos respetarla. De la misma forma podemos pensar lo que queramos de las personas, pero debemos respetar su dignidad.
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Pero parece ser que eso no debe ser así en nuestra piel de toro, más bien parece que se invierten las tornas y los directivos se aprovechan de las instituciones más que beneficiarlas. No parecen que actúen para representar a una organización, más bien lo hacen para que la organización lo haga en nombre suyo.
Pero parece ser que eso no debe ser así en nuestra piel de toro, más bien parece que se invierten las tornas y los directivos se aprovechan de las instituciones más que beneficiarlas. No parecen que actúen para representar a una organización, más bien lo hacen para que la organización lo haga en nombre suyo.
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