21 agosto 2008

DECADENCIA

En un día triste que el desgraciado accidente del aeropuerto de Barajas ha llenado las parrillas informativas de unos medios que en agosto están ávidos de noticias puede pasar desapercibida la reflexión que Doña Rosa María Artal hace en la tribuna de elpais.com, lleva por título "Las barreras de la edad" y no deja de ser una visión pesimista de nuestro presente y desalentadora con nuestro futuro, en el que todavía cabe la esperanza.
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Y es que en un mundo que basa el éxito en la competición son los ganadores los que ocupan los puestos relevantes, no importa ni su experiencia, conocimiento, inteligencia, sabiduría o integridad, sólo parece interesar que sea campeón y que tenga buena presencia, ya habrá quien se encarge de definirlos como una maravillosa persona.
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Sumidos en esta competición no tenemos tiempo para vivir y ni mucho menos para disfrutar si no es con el éxito. La buena apariencia está por encima de las buenas formas y el éxito por encima de los principios. Todo ello nos lleva a ser una sociedad bastante más uniformada de lo que pensamos ser. Quizás el rasgo más uniforme es que nuestra ambición es el pelotazo, el hacerse rico en muy poco tiempo, sin sacrificios y sin esfuerzos. Lo peor es que la clase dirigente nos hace creer que es así: si nuestros niños tienen fracaso escolar, se rebajan los niveles; si nuestros niños estudian mucho, se prohíben los deberes; y si nuestros niños alcanzan la madurez sin tener claro lo que es el sacrificio, el esfuerzo, la satisfacción de haberse ganado algo en lugar de reclamarlo como un derecho, podrá haber muchos culpables pero ellos son las víctimas. Así se han creado los mileuristas, porque nos hemos conformado con que nuestra juventud tenga todo lo que quiera pero sin habércelo ganado, sin saber gran cosa de la responsabilidad, el esfuerzo y el sacrificio y a una persona que trabaja sin responsabilidades, sin iniciativas y con la intención de ser el más guapo y mejor, pero sin mejorarse a sí mismo, 1000 euros son suficientes. Pero no quiero ser injusto, tengo que admitir que también hay muchos mileuristas que dan lo mejor de si mismos y que día a día son mejores personas y nos regalan un trabajo de inmejorable calidad. Pagan justos por pecadores.
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Como muy bien dice doña Rosa, las marcas de nuestro cuerpo definen mejor nuestra vida que un currículum bien escrito. Cuando se hace un buen trabajo no hace falta decirlo, trasciende por si solo. Es triste que hayamos cambiado nuestra cultura en el sentido de que sólo vemos nuestros derechos y olvidamos nuestros deberes, empezamos a contemplar los sueldos como una retribución a la que tenemos derecho olvidando que también es algo que tenemos que ganar y merecer, y cuesta mucho. Y dentro de esta terrible uniformidad social lo que se está haciendo más uniforme son los salarios: los mil euros precarios, para un puesto precario en una empresa que obtiene sus mayores beneficios de pagar mil euros a los que no hacen gran cosa y otros mil euros a los que si.
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2 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo no llego ni a mileurista, aunque espero que eso cambie más pronto que tarde, y te aseguro que no economizo ni en esfuerzo ni en entrega. Lo doy todo, al menos todo lo mejor que puedo, a cambio de casi nada. Mi perfil no es pues el de un "triunfador" al uso. Por lo que fuere, siempre he transitado por el camino más duro. Para mí no han existido jamás los atajos. Carezco de la competitividad lobuna que tanto se lleva ahora. Me limito a hacer mi trabajo con la mayor honestidad posible, para así poderme acostar todas las noches sin remordimientos y a pierna suelta. Mi integridad no admite deudas que no pueda pagar. Hago lo que hago, bien o mal eso es discutible, pero lo hago de manera que no pueda reprocharme nada en el futuro. Intento dar lo mejor de mí mismo, pongo empeño, sacrificio y pasión en aquello que hago, y lo aderezo con mimo y dedicación, ajeno a rivalidades y malos rollos en los que, por mi carácter afable, pacífico y conciliador, apenas me sé desenvolver.

Anónimo dijo...

Lo de los sueldos daría para hablar y no parar, Luis Fernando. No es de recibo que los precios en España tengan poco que envidiar a los de la Europa civilizada, mientras que los sueldos son similares a los de hace quince años. Uno de los motivos por lo que se ha abierto de par en par las puertas a millones de inmigrantes ha sido el brutal abaratamiento de la mano de obra nacional. Esto es tercermundista.