07 septiembre 2021

LENGUAJE INCLUSIVO, DESPROPÓSITO BIENINTENCIONADO.

 


No sabría decir cuando comenzó esta manía inclusivista, es posible que comenzase cuando el Lehendakari Ibarreche en todos sus discursos se refería a las “ciudadanas y ciudadanos vascas y vascos” o cuando la ministra Aído se refirió a los componentes del congreso como “miembros y miembras”. El caso es que desde entonces han cambiado muchas cosas, sobre todo en el vocabulario, y con un propósito más político que el de dar relevancia a los que no son hombres.

Quizás el primer paso ha sido dar género a palabras que no lo tenían, pero que sonaban a masculino, así hemos asistido al invento de palabras como presidenta, cuando en realidad valdría lo mismo decir el presidente o la presidente. No hemos entendido que los cargos no tienen género. Tras ello se han sucedido palabras a cada cual más ridícula, como portavoza. Si bien pocas palabras terminadas en e (como presidente) o en o (como miembro o soldado) se han salvado de que les coloquen un femenino. No ha ocurrido así con las palabras terminadas en a (como socialista), siguiendo esta lógica inclusivista deberíamos incluir en nuestro vocabulario, socialistos ( y probablemente socialistes), comunistos (y comunistes) o gilipollos (y gilipolles). En realidad, según la palabra que toque, se está sometido al capricho del lenguaje inclusivo. Dentro de su lógica sería tan correcto decir presidenta como residenta o habitanta, pero no queda tan elegante, ni tan importante.

Gramaticalmente, parece que asistimos a un nacimiento de nuevas formas de declinación: niños, niñas y niñes, algo que hace cada vez más difícil seguir un discurso y que hace del castellano una lengua más difícil todavía, incluso para los nativos. No me quiero imaginar que tengamos que hablar de jóvenos, jóvenas y jóvenes. Aunque, fuera del inclusivo, hemos asistido al cambio de significado de otras palabras como testar (de hacer testamento a probar o experimentar), lo cual indica que la estupidez puede exceder a la política.

Algo más se han salvado los adjetivos, que han mantenido su estructura, pero no sabemos qué pasará ante una nueva oleada revisionista de inclusivismo, por ejemplo en los colores, ¿tendremos que hablar de rojos, rojas y rojes?¿Inventaremos nuevas palabras como marrón, marrona y marrone?¿Cómo será el plural? (marronos, marronas y marrones). En fin, la prospectiva del lenguaje inclusivo resulta tan interesante como apasionante… y tan absurda como imbécil (o imbécila, o imbécile).

Pero agradezco que el inclusivismo, de momento, se limite al uso de los políticos en el ámbito de sus discursos y declaraciones. No me quiero imaginar una historia inclusiva, y doblada en volumen, que me diga que los faraones y faraonas de los egipcios y egipcias construyeron las pirámides. O que los romanos y romanas fueron invadidos por los bárbaros y las Bárbaras y que en España se asentaron visigodos y visigodas, suevos y suevas, vádalos y vádalas y alanos y alanas. Tampoco es de extrañar que, en lo que se refiere a medicina, haya feministas fanáticas, de esas que abortan cuando saben que el sexo de su feto es masculino, que aboguen por nuevas palabras; ya que su cuerpo es suyo dirán que tienen esófaga, que cuando comen picante les arde la estómaga y que tiene dificultades con el tránsito en sus intestinas, pero que las riñonas filtran bien, que su hígada funciona y su corazona late perfectamente. En algo tan femenino como es la ginecología reivindicarán que ellas tienen útera, ovarias, trompas de Falopia y clitorisa. La verdad es que se abre, en lo que a las ciencias se refiere, un horizonte tan infinito como la estupidez humana. Yo, por mi parte, seguiré teniendo tripas, manos, piernas e intentaré tener la cabeza en su sitio.

Por último, ha quedado en evidencia la falta de cultura de muchos de los que practican por norma este lenguaje inclusivo, soldada no es el femenino de soldado, como tampoco libra es el femenino de libro, ni capitana el femenino de capitán (imagínense que a la señora Samanta Vallejo Nájera le llamo chefa, como femenino de “chef”, estaría en mi derecho inclusivista).

En realidad, cada vez que utilizamos el lenguaje inclusivo dejamos patente que la sociedad está dividida en hombres, mujeres y un grupo al que habría que referirse como ¿otres? Cuando se propuso, tras la unión de Podemos e Izquierda Unida, llamar a la nueva coalición Unidos y Unidas Podemos parecía la concurrencia a las urnas de dos grupos diferenciados por el sexo, probablemente el próximo paso será llamarse Unides Podemos.

Quizás deberíamos plantearnos si este inclusivismo no resulta discriminatorio, si no habrá alguna lumbrera que al quererse referir a la infancia como niños, niñas y niñes piense que pueda haber algún discriminado. Aunque creo que en este caso lo políticamente correcto está desbancando a lo correcto, sencillo e inteligente. Desde luego muchas veces dejamos claro que no sabemos elegir las palabras, lo fácil y económico, y también inclusivo, que resultaría referirse a personas en vez de a hombres, mujeres y otres.


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