(Comentario provocado por el artículo “90 días para culminar las reformas”, publicado en elpais.com el día 30 de mayo de 2010).
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El maestro Pepe Luis sigue dando capotazos al toro que le ha tocado lidiar, la res está tocada, ha recibido múltiples puyazos, las banderillas ya no le animan y se siente herido de muerte, demasiado exhausto para embestir. El maestro, ingenuamente, cree que todavía puede hacer una buena faena y se empeña en lucirse.
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Su cuadrilla y apoderados justifican este inútil empeño basándose más en el empeño que en su resultado y acudiendo a las faenas sin brillo de otros maestros. El maestro Pepe Luis sigue convencido de que es capaz de cortar al menos una oreja y sigue dando capotazos sin brillo que no hacen más que aturdir al astado y hacer que este pierda su nobleza.
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Don Pepe en el tendido siete no hace más que abuchear. No ha hecho nada por apreciar el lucimiento. Tan sólo ha afeado cualquier tiento del diestro, cuando ha tentado por la izquierda, por que era por la izquierda; cuando por la derecha porque él lo hubiera hecho mejor. No parece que se preocupe por el estado del animal, sus gritos y recriminaciones al torero no hacen más que confundir y agotar más, si cabe, a la pobre bestia.
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Ajeno al maestro, a la cuadrilla del maestro, a don Pepe en el tendido siete y a los amigos de este; el toro intenta respirar, recuperarse un poco de su agotamiento y, aunque siga sufriendo, estar más vivo. No sabe si está en este estado por la mala faena del maestro, los malos consejos de la cuadrilla o las recriminaciones de don Pepe. De lo que está seguro es que él sobra en la arena, que ese espectáculo va más con el diestro, su cuadrilla, don Pepe y los espectadores que con él.
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La res disfrutaría de su vida en el campo, lejos de espectadores histéricos que no ayudan a nadie, ajeno a un maletilla que ha derrochado su fortuna siguiendo los despropósitos de su cuadrilla. Sin embargo el animal es el último recurso para un imposible lucimiento y para que don Pepe, desde el tendido siete, insinúe que él fue el salvador del toro y de la fiesta.
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El maestro Pepe Luis sigue dando capotazos al toro que le ha tocado lidiar, la res está tocada, ha recibido múltiples puyazos, las banderillas ya no le animan y se siente herido de muerte, demasiado exhausto para embestir. El maestro, ingenuamente, cree que todavía puede hacer una buena faena y se empeña en lucirse.
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Su cuadrilla y apoderados justifican este inútil empeño basándose más en el empeño que en su resultado y acudiendo a las faenas sin brillo de otros maestros. El maestro Pepe Luis sigue convencido de que es capaz de cortar al menos una oreja y sigue dando capotazos sin brillo que no hacen más que aturdir al astado y hacer que este pierda su nobleza.
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Don Pepe en el tendido siete no hace más que abuchear. No ha hecho nada por apreciar el lucimiento. Tan sólo ha afeado cualquier tiento del diestro, cuando ha tentado por la izquierda, por que era por la izquierda; cuando por la derecha porque él lo hubiera hecho mejor. No parece que se preocupe por el estado del animal, sus gritos y recriminaciones al torero no hacen más que confundir y agotar más, si cabe, a la pobre bestia.
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Ajeno al maestro, a la cuadrilla del maestro, a don Pepe en el tendido siete y a los amigos de este; el toro intenta respirar, recuperarse un poco de su agotamiento y, aunque siga sufriendo, estar más vivo. No sabe si está en este estado por la mala faena del maestro, los malos consejos de la cuadrilla o las recriminaciones de don Pepe. De lo que está seguro es que él sobra en la arena, que ese espectáculo va más con el diestro, su cuadrilla, don Pepe y los espectadores que con él.
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La res disfrutaría de su vida en el campo, lejos de espectadores histéricos que no ayudan a nadie, ajeno a un maletilla que ha derrochado su fortuna siguiendo los despropósitos de su cuadrilla. Sin embargo el animal es el último recurso para un imposible lucimiento y para que don Pepe, desde el tendido siete, insinúe que él fue el salvador del toro y de la fiesta.
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